viernes, 26 de junio de 2020
jueves, 25 de junio de 2020
miércoles, 24 de junio de 2020
martes, 23 de junio de 2020
TRABALENGUAS
Los invito a divertirse un ratito leyendo estos trabalenguas.
Primero lean lento para aprenderlo, y luego intenten repetirlo lo más rápido que puedan a ver si les sale bien! A organizar una competencia en casa a ver quién es el que menos se equivoca!!!
Primero lean lento para aprenderlo, y luego intenten repetirlo lo más rápido que puedan a ver si les sale bien! A organizar una competencia en casa a ver quién es el que menos se equivoca!!!
lunes, 22 de junio de 2020
LA FAMILIA DELASOGA de GRACIELA MONTES
Y a vos...¿qué te mantiene unido a tu familia?
¡Un fuerte abrazo!
Cuento: Siembra un beso.
¿Qué te pareció este cuento?
Si llegaste a verlo hasta el final verás cuánto enseña. Te propongo que siembres un beso, amor, generosidad, alegría y todas las cosas hermosas que tienes en tu interior. Y luego espera, espera y espera.... seguro dará sus frutos.
Un besote virtual y nos vemos pronto!
domingo, 21 de junio de 2020
sábado, 20 de junio de 2020
Ratón de campo y ratón de ciudad
Te presento la siguiente historia, que es una fábula.
Por si no lo sabías, una fábula es un relato que deja una enseñanza.
Te propongo que la veas y comentes en familia lo que aprendiste de ella.
viernes, 19 de junio de 2020
jueves, 18 de junio de 2020
miércoles, 17 de junio de 2020
martes, 16 de junio de 2020
¿Te animas a leer este cuento de terror ?
Este cuento se titula: "El almohadón de plumas".
Su autor, Horacio Quiroga, es uruguayo y se lo conoce como el "maestro del cuento latinoamericano". Léelo y entenderás por qué lo llaman así.
¡Adelante!
El almohadón de plumas
Durante tres meses —se habían casado en abril—, vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar una palabra.
Fue ése el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico. Y sin vómitos, nada… Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia amanecía peor. Hubo consulta. Constatose una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente con los ojos fijos. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola por media hora temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo.
En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor.
—Pst… —se encogió de hombros, desalentado, el médico de cabecera—. Es un caso inexplicable… Poco hay que hacer…
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había impedido al principio su desarrollo; pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había el monstruo vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
#AudioCuentos - Tío Juan
Seguimos disfrutando de "Los Cuentos del Chiribitil" narrados por las maestras de los jardines municipales de nuestra ciudad. En esta ocasión comparto el cuento: “Tío Juan", de Margarita Belgrano, con ilustraciones de Silvina Martínez. Relata: Luciana Sánchez de Jardín Municipal Dorrego.
lunes, 15 de junio de 2020
15 de Junio: "Día del Libro"
¿Por qué celebramos el 15 de junio el “Día del Libro”?
Los argentinos tenemos nuestra propia fecha para celebrar al libro y promocionar la lectura.
En papel, electrónico, con ilustraciones, a colores, gigantes, pequeños, cortos, largos... Hay tantos tipos de libros como lectores y todos abren universos distintos para quien lee. Por eso, el 15 de junio se celebra en la Argentina el “Día del libro”.
La conmemoración comenzó el 15 de junio de 1908, cuando el Consejo Nacional de Mujeres hizo entrega de los premios y menciones de un concurso literario que había organizado en el marco de lo que entonces era la Fiesta del Libro. A partir de entonces, el nombre de la fecha ha variado, sin embargo la esencia ha sido relativamente la misma: homenajear y distinguir ese objeto complejo y conocido como libro. Finalmente, en 1924, un decreto oficializó la Fiesta del Libro y el 11 de junio de 1941, a través de una resolución ministerial, se decidió cambiar el nombre de la fecha por Día Nacional del Libro, tal como lo conocemos actualmente.
Un poco de historia…
En la Antigüedad, los soportes de escritura eran la piedra, las tablas de arcilla, madera o marfil, la seda, etc. Al poco tiempo, aparecieron los papiros, una especie de lámina creada por los egipcios a base de una planta acuática que nace a orillas del río Nilo. La elaboración de estas láminas, o primeros «papeles», implicaba un proceso de varias semanas —mantener en remojo el tallo, luego cortarlo en tiras, entrelazarlas, prensarlas, extraer toda la savia y volver a prensarlas hasta obtener como resultado una especie de tela que, una vez seca y prensada, serviría como soporte de escritura—. Con el paso del tiempo, el papiro fue reemplazado por el pergamino, soporte similar pero creado con pieles de animales cuya resistencia al paso del tiempo y las condiciones climáticas fueron superiores a las del papiro. Tanto el papiro como el pergamino eran enrollados, formando así rollos que reunían escritos sobre un mismo tema, institución, relato, etc.
A principios de la Edad Media, estos rollos fueron disponiéndose en la forma que hoy conocemos el libro, es decir, un conjunto de láminas cuadradas o rectangulares sujetas unas a otras desde su costado izquierdo y formando así el lomo del libro. Esta nueva disposición de las láminas se realizó en pos de facilitar la lectura y aprovechar sus ambas caras. Por lo tanto, podríamos decir que el libro, en la forma física en que hoy lo conocemos, tiene su origen en el inicio de la Edad Media, cuando los pliegos o láminas encuadernadas, o códices, fueron reemplazando a los rollos de papiros o pergaminos.
La invención de la imprenta a fines de la Edad Media fue, sin duda, un avance tan significativo como el soporte digital. Así, fue una tecnología que aceleró y amplió la producción de copias de los originales, las cuales hasta el momento eran producidas a mano por los copistas de los monasterios.
Producto de los avances científicos, actualmente el libro se nos presenta también en forma digitalizada, es decir, prescinde del papel, la encuadernación y otros recursos. Al respecto, una discusión polémica se ha desprendido: ¿desaparecerán los libros físicos y pasarán a ser todos digitales? La pregunta genera distintas respuestas y puntos de vista, todas ellas diferentes pero coincidentes en un punto: el libro es un objeto —ya sea digital o físico— contenedor de diversas artes (edición, tipografía, maquetación, encuadernación, etc.), ideas y conocimientos. El libro, con sus distintas cualidades artísticas y comunicativas es, de una u otra manera, un objeto digno de conmemoraciones.
Un poco de historia…
En la Antigüedad, los soportes de escritura eran la piedra, las tablas de arcilla, madera o marfil, la seda, etc. Al poco tiempo, aparecieron los papiros, una especie de lámina creada por los egipcios a base de una planta acuática que nace a orillas del río Nilo. La elaboración de estas láminas, o primeros «papeles», implicaba un proceso de varias semanas —mantener en remojo el tallo, luego cortarlo en tiras, entrelazarlas, prensarlas, extraer toda la savia y volver a prensarlas hasta obtener como resultado una especie de tela que, una vez seca y prensada, serviría como soporte de escritura—. Con el paso del tiempo, el papiro fue reemplazado por el pergamino, soporte similar pero creado con pieles de animales cuya resistencia al paso del tiempo y las condiciones climáticas fueron superiores a las del papiro. Tanto el papiro como el pergamino eran enrollados, formando así rollos que reunían escritos sobre un mismo tema, institución, relato, etc.
A principios de la Edad Media, estos rollos fueron disponiéndose en la forma que hoy conocemos el libro, es decir, un conjunto de láminas cuadradas o rectangulares sujetas unas a otras desde su costado izquierdo y formando así el lomo del libro. Esta nueva disposición de las láminas se realizó en pos de facilitar la lectura y aprovechar sus ambas caras. Por lo tanto, podríamos decir que el libro, en la forma física en que hoy lo conocemos, tiene su origen en el inicio de la Edad Media, cuando los pliegos o láminas encuadernadas, o códices, fueron reemplazando a los rollos de papiros o pergaminos.
La invención de la imprenta a fines de la Edad Media fue, sin duda, un avance tan significativo como el soporte digital. Así, fue una tecnología que aceleró y amplió la producción de copias de los originales, las cuales hasta el momento eran producidas a mano por los copistas de los monasterios.
Producto de los avances científicos, actualmente el libro se nos presenta también en forma digitalizada, es decir, prescinde del papel, la encuadernación y otros recursos. Al respecto, una discusión polémica se ha desprendido: ¿desaparecerán los libros físicos y pasarán a ser todos digitales? La pregunta genera distintas respuestas y puntos de vista, todas ellas diferentes pero coincidentes en un punto: el libro es un objeto —ya sea digital o físico— contenedor de diversas artes (edición, tipografía, maquetación, encuadernación, etc.), ideas y conocimientos. El libro, con sus distintas cualidades artísticas y comunicativas es, de una u otra manera, un objeto digno de conmemoraciones.
En el siguiente link les comparto un video muy interesante sobre la historia del libro:
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